martes, 30 de octubre de 2012

Gestión del tiempo

"La muerte solo puede causar pavor a quien no sabe llenar el tiempo que le es dado para vivir" (Viktor Frankl).

Quizá sea ésta una cita demasiado solemne para el tema que vamos a tratar en esta pincelada, pues mientras que Frankl se refiere más bien al tiempo de una vida en su totalidad, una vida a la que hemos de dotar de sentido, nosotros nos vamos a referir a esos pequeños tiempos "muertos" en los que podremos dedicarnos a realizar pequeñas tareas. Estas tareas, siguiendo en nuestra línea, van a ser deportivas e intelectuales (dentro de estas últimas, fundamentalmente leer y pensar, aunque también se puede escuchar la radio o artículos en podcast, por ejemplo). Ahora bien, tampoco está tan alejada de nuestro tema dicha cita en la medida en que muchas veces son precisamente estos tiempos muertos el único tiempo libre que tenemos.

Cuando se le recomienda a la gente leer o hacer deporte una de las excusas más comunes es que no se tiene tiempo para ello. Esto suele ser más cierto para el caso del deporte que para la lectura, pues cada vez estamos más acostumbrados a ver a la gente leer en los transportes públicos mientras van o vienen del trabajo (precisamente uno de los tiempos muertos que conviene aprovechar).

Para aprovechar estos tiempos es conveniente llevar siempre una mochila con el material necesario, ya sea lectura, ya ropa deportiva; aunque si se trata de pensar basta con llevar la cabeza un poco despejada. Para leer casi cualquier momento y lugar es bueno y no es necesaria una gran logística; en cambio para hacer deporte sí, pues muchas personas necesitan ducharse tras correr o andar deprisa o, simplemente, cambiarse de ropa (tarea que puede realizarse en el vehículo particular o en un servicio público; todo es cuestión de abrir un poco la mente para estudiar las posibilidades del entorno y eliminar algunos prejuicios).

Si se trata de pasear, o andar ligeros, los momentos previos y posteriores al trabajo (incluso durante el tiempo que nos dan para comer, a veces excesivo) son ideales: si de nuestra casa al trabajo hay 4 km o menos podemos ir y/o volver perfectamente andando, si hay más siempre podremos bajarnos del transporte dos o tres paradas antes e ir caminando el resto (o ir todo el trayecto en bicicleta). En los parques cercanos a las zonas de oficina cada vez más podemos ver a trabajadores trajeados caminando y comiendo un sandwich o bocadillo en algún banco. Con esto no queremos decir que abandonemos nuestra sana costumbre de comer sentados a una buena mesa, pero lo otro es una posibilidad que puede realizarse una o dos veces por semana. Ahora bien, si se trata de hacer el deporte después del trabajo, la regla de oro, al menos para los principiantes es: ¡no entres en casa! Haz lo posible por llevarte todo lo necesario al trabajo y desde allí vete a la piscina, al gimnasio o a correr, pero no entres en casa porque allí las distracciones son múltiples.

Ahora bien, este sistema conlleva un peligro: el agobiarnos y andar con prisas porque tenemos poco tiempo, lo cual va en contra de nuestra filosofía de vida. Es decir, si este sistema nos va a producir más estrés que el que pretendemos reducir, evidentemente habrá que desestimarlo. Mejor dedicar esos tiempos a la lectura.


En general una buena gestión del tiempo en cualquier ámbito de la vida se logra con una agenda en la que establecer las tareas a realizar y la prioridad de las mismas de modo que, cuando una de las tareas no pueda continuarse por cuestiones ajenas a nosotros, poder continuar con la tarea siguiente. No obstante, hay que recordar lo que cantaban Fito y los Fitipaldis: "no siempre lo urgente es lo importante". Decíamos antes que muchas veces o para muchas personas estos tiempos muertos son el único tiempo libre que tienen de verdadero ocio. Y es que no todo el tiempo libre que nos deja el trabajo es tiempo de ocio, pues hemos de dedicarlo a diversas tareas necesarias para el mantenimiento de la vida: dormir, comer, arreglar la casa, asearnos... Y luego el tiempo que nos queda también hemos de dedicarlo a la familia, a los amigos, el tiempo, por cierto, mejor invertido, aunque algunos también lo considerarán como obligación. Es importante dedicar tiempo a las relaciones humanas, sobre todo a las satisfactorias, pues somos seres sociales y, como dijo Nietzsche, para poder vivir en soledad es necesario ser un animal o un dios. No aprovechar el poco tiempo de ocio que tenemos con otras personas (de nuestro agrado) es poco menos que desperdiciarlo.

Si a lo anterior le añadimos un trabajo que no nos realiza, aunque nos dé de comer, tenemos los ingredientes para que, como se dice en la cita de Viktor Frankl, nos dé pavor la perspectiva de la muerte. Bien es cierto que también sería posible cambiar nuestra concepción sobre tal trabajo, sobre nuestra vida y sobre nuestra muerte, pero eso tampoco es tema de esta pincelada.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Paciencia

"Y es que anda muy escasa la virtud de la Paciencia. Entendamos por paciencia, no sólo una virtud que en ocasiones de la vida cotidiana nos hace resistir las pequeñas molestias, sino más bien una actitud total y armónica ante la vida que nos hace acomodar nuestros impulsos y nuestros deseos a la monotonía del tiempo (a esa monotonía riquísima, madre de toda virtud y de todo buen pensamiento que nos parece tan prosaica). Sencillamente: la Paciencia es el arte de no coger la pera antes de tiempo y de saber cultivarla". (Rafael Sánchez Ferlosio: http://www.filosofia.org/hem/194/alf/ez0503.htm ).

Hoy vamos a hablar de la paciencia, un tema, concepto o virtud, que tiene mucho que ver con el anterior, el del autocontrol, es más, podríamos decir que la paciencia es una de las manifestaciones del autocontrol. Sanchez Ferlosio habla de la paciencia necesaria para poder llevar a cabo largas tareas donde la consecución de resultados sea a largo plazo. Cultivar una pera puede llevar varios meses durante los cuales habremos de realizar ciertos trabajos y esperar, sobre todo esperar. Las prisas son enemigas de la paciencia, mas para cultivar esta Paciencia, con mayúsculas, quizá sea bueno empezar por cultivar las pequeñas paciencias haciendo frente a las prisas del día a día.

Una de las causas más comunes del estrés (ya lo hemos dicho anteriormente) son las prisas a que nos somete la vida diaria. Pero... ¿de verdad es la vida la que nos somete a las prisas? ¿O somos nosotros mismos los que nos sometemos a ellas voluntariamente? Si quedamos a comer con alguien a las 14:00 horas en un punto de la ciudad al que tardamos en llegar una hora, ¿por qué salimos de casa a las 13:30? Eso supone tener que ir deprisa y agobiados, amén de hacer esperar a la otra persona, la cual por su parte se impacientará. Afortunadamente hoy en día se puede avisar a través del teléfono móvil, de modo que esta segunda persona puede realizar alguna actividad en lugar de estar plantada esperando. Sin embargo, puede no ser así y seguir impacientada, de modo que luego habrá caras largas.

Vamos conduciendo con prisas (siempre con prisas) y nos encontramos de repente en un atasco. Se nos acelera el corazón y la respiración, aparece un nudo en el estómago... Y sin embargo no podemos hacer nada por evitarlo... Por evitar el atasco, queremos decir.

Estas son situaciones "normales" en las que las respuestas de estrés están, hasta cierto punto (pero sólo hasta cierto punto) justificadas. El problema está en que el número de estas situaciones es bastante elevado y, por ello mismo, la respuesta se generaliza a la mayoría de situaciones en las que se produce un contratiempo. "Contra-tiempo": contra el tiempo que normalmente se tarda en hacer algo. Si tardamos media hora en llegar de casa al trabajo, coger un atasco es ir contra esa "marca" de tiempo y como vamos con la hora pegada... Pillar un atasco es, siempre y en todo momento, un fastidio, una situación de la que queremos salir; una situación, en definitiva, estresante.

Pero también es una situación ideal para poner a prueba nuestra paciencia. Hoy lo hemos probado: viernes, 16:00 horas, M-40 madrileña y Autopista A-6 dirección La Coruña. Un buen atasco. Otros días tomaba un camino alternativo por la sierra que me llevaba como 15 o 20 kilómetros más. Pero hoy no, hoy me he zambullido en el atasco. ¿Había prisa? Ninguna. No había quedado a ninguna hora con nadie, ya había comido... El atasco me brindaba la oportunidad de reconsiderar la situación y de extraer algo positivo. De hecho es donde he considerado la posibilidad de escribir sobre la paciencia. Ya fuera del atasco me he puesto en el carril de la derecha y he continuado sin pasar de 90 km/h, tranquilamente.

Evidentemente la paciencia consiste fundamentalmente en esperar, pero no esperar de cualquier modo, haciéndonos mala sangre (decía Rousseau que "la paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces"), por ejemplo, sino con una actitud positiva, aprovechando ese tiempo (durante el que esperamos) para leer, para realizar una llamada, para escuchar música, para pensar en otra cosa que no sea el tiempo de espera o, simplemente, para observar las cosas y la gente a nuestro alrededor... Incluso para no hacer nada. ¿Por qué hemos de estar siempre haciendo algo?

La paciencia es una virtud escasa hoy en día, precisamente por todo lo dicho, porque vamos muy deprisa: salimos del trabajo y hemos de recoger al niño en el colegio... ¿Es que no habíamos pensado en la posibilidad de que algún día llegásemos tarde? Hay situaciones que es mejor prever o prevenir. Si no podemos llegar tarde al trabajo, quizá convenga llegar media hora antes (podemos tomar un café antes de entrar).

Además, luego existen ciertas actividades de la vida diaria que exigen un ritmo lento, nada de prisas, por ejemplo comer, el sexo, la lectura... Existe un movimiento social, el movimiento Slow, uno de cuyos teóricos es Carl Honoré, que pretende imprimir un ritmo más lento a todas estas actividades que necesitan realizarse lentamente, tomándonos el tiempo justo. En estas actividades no debería hacer su aparición la impaciencia. Aunque hoy en día es esta una asignatura pendiente para casi todos nosotros. Yo, por mi parte, intento trabajarla: en los atascos, a la hora de esperar en restaurantes y otros comercios, al dormir a mi niño... Y no es fácil hacerlo cuando llevamos años y años bajo la tiranía de las prisas, pero hay que intentarlo.

Quizá la solución también pueda venir por el proponernos realizar menos cosas al día o por tratar de gestionar nuestro tiempo de una manera más eficaz. Sobre lo primero no hay mucho que decir, sobre lo segundo tendremos que dejarlo para más adelante.




miércoles, 10 de octubre de 2012

Autocontrol

"Hay personas que son incapaces de sobrellevar con paciencia los pequeños contratiempos que constituyen, si se lo permitimos, una parte muy grande de la vida. Se enfurecen cuando pierden un tren, sufren ataques de rabia si la comida está mal cocinada, se hunden en la desesperación si la chimenea no tira bien y claman venganza contra todo el sistema industrial cuando la ropa tarda en llegar de la lavandería. Con la energía que estas personas gastan en problemas triviales, si se empleara bien, se podrían hacer y deshacer imperios. El sabio no se fija en el polvo que la sirvienta no ha limpiado, en la patata que el cocinero no ha cocido, ni en el hollín que el deshollinador no ha deshollinado. No quiero decir que no tome medidas para remediar estas cuestiones, si tiene tiempo para ello; lo que digo es que se enfrenta a ellas sin emoción. La preocupación, la impaciencia y la irritación son emociones que no sirven para nada. Los que las sienten con mucha fuerza pueden decir que son incapaces de dominarlas, y no estoy seguro de que se puedan dominar si no es con esa resignación fundamental de que hablábamos antes. Ese mismo tipo de concentración en grandes proyectos no personales, que permite sobrellevar el fracaso personal en el trabajo o los problemas de un matrimonio desdichado, sirve también para ser paciente cuando perdemos un tren o se nos cae el paraguas en el barro. Si uno tiene un carácter irritable, no creo que pueda curarse de ningún otro modo" (Bertrand Russell, La conquista de la felicidad).

Ya hemos hablado de cómo minimizar las consecuencias del estrés gracias al ejercicio físico. Sin embargo lo ideal sería atacar a las causas que producen el estrés, es decir, ir a la raíz del problema, actitud filosófica donde las haya. También hemos dicho que el estrés consiste en una respuesta ante una agresión real o imaginaria. Pues bien, es precisamente el componente imaginario lo que hemos de tratar para evitar las respuestas de estrés ante situaciones en primer lugar neutras y, después, levemente agresivas. Ojo, porque las respuestas de las que hablamos no son únicamente las visibles, físicas y/o verbales, sino también las internas, mucho más difíciles de controlar, es decir, las emociones de las que habla Russell en el texto anterior: nosotros podemos evitar contestar a nuestro jefe ante una bronca injustificada, pero por dentro podemos estar mordiéndonos la lengua y envenenándonos. Si este tipo de respuestas fuese habitual podríamos llegar a tener un serio problema de estrés ante el cual la cura podría estar en dejar aflorar las respuestas físicas. Pero entonces podríamos llegar a tener problemas de conflictos con los demás, problemas que deberíamos evitar.

Este autocontrol interno no es sino un aspecto del más amplio "autocontrol emocional" (control de los celos, control de la tristeza, etc), tema del que ya hablaremos más adelante y, al igual que éste, es una habilidad que tarda cierto tiempo en adquirirse, una habilidad que hay que entrenar toda vez que se nos presente la oportunidad. Como al principio no lo vamos a lograr deberíamos minimizar las consecuencias del estrés generado, y esto lo haremos a través del ejercicio físico. De hecho, esta técnica es un ejemplo de lo que plantea Bertrand Russel en La conquista de la felicidad; Russell considera, en contra de lo que vamos a proponer aquí, que es muy difícil modificar las emociones a través del pensamiento racional, que lo que hay que hacer es ponerse a realizar alguna actividad que nos mantenga ocupados "en cuerpo y alma" hasta que se nos pase. En realidad también propone otro método que más adelante comentamos.

Nuestra idea, en cambio, consiste en que, antes de emitir una respuesta nos paremos a reflexionar sobre la situación, a relativizarla y a pensar sobre las posibles consecuencias de nuestras respuestas, sobre todo esto último, pues las respuestas inadecuadas son lo que nos puede acarrear los mayores problemas. Como a veces esto no es posible o no podremos hacerlo en un corto espacio de tiempo, lo mejor es no hacer nada, no responder, respirar hondo, tratando de captar los detalles de la situación para luego poder analizarla mejor. Quizá la situación nos cause cierta ansiedad, sintamos un nudo en el estómago, pero más tarde trataremos de calmarnos; por el momento lo importante es mantener la compostura. Si en estas situaciones se nos exige una respuesta, lo ideal sería postergarla, hasta que estemos más relajados y esto hay que hacérselo saber a nuestro interlocutor o interlocutores.

Tras la situación estresante deberíamos realizar alguna actividad que nos devolviera la calma; pero esto a veces no es posible, porque estamos en el trabajo o por otras muchas cuestiones. Respirar hondo, tratando de concentrarse en la respiración, es uno de los métodos que mejores resultados dan. Beber agua para devolver la humedad a nuestra garganta, que se habrá quedado seca, intentar concentrarnos en todos los músculos del cuerpo para notar cuáles están en tensión y relajarlos...

Una vez recuperada la calma hay que pensar en lo ocurrido: por una parte, si ha habido una bronca, pensar en la razón que pueda llevar el otro, pensar en el fondo, significado o contenido de la reprimenda; por otra, pensar en las circunstancias que han podido llevar al otro a "perder la compostura", hablar a gritos, etc., esto es, pensar en las causas de la forma en que nos han echado la bronca. Siempre hay una razón o causa de algo, y el hecho de plantearnos simplemente la posibilidad de alguna de esas causas permite relativizar las situaciones. Cuando este proceso lo hemos automatizado, podremos mantener la calma en muchas de las situaciones que antes nos alteraban. Cuando alguien discuta con nosotros otorguémosle el beneficio de la duda, es decir, no pensemos automáticamente que está equivocado, busquemos la verdad en lo que dice.

Hay otras situaciones en las que quizá sea más difícil autocontrolarnos, por ejemplo, cuando nos empujan en el metro, cuando otro vehículo nos avasalla, cuando no tienen en cuenta al bebé que llevamos en nuestro carrito... Ante estas situaciones, la técnica es un poco la misma, pero sobre todo hay que pensar en las consecuencias de nuestras posibles respuestas. Lo más adecuado es acostumbrarse a no responder de malos modos, aunque sí deberíamos hacer saber a los otros que su comportamiento nos está molestando, poniendo en peligro, etc.

Ante todo, mantengamos la paz con una sonrisa, esto hará que el contrario también se relaje y la situación se haga menos tensa. Cuando estas respuestas nos salgan automáticamente tendremos una mayor claridad de pensamiento en las situaciones complicadas.

Bertrand Russell
Bertrand Russell, en la obra citada, propone otro método para autocontrolarse: "El que ha conseguido liberarse de la tiranía de las preocupaciones descubre que la vida es mucho más alegre que cuando estaba perpetuamente irritado. Las idiosincrasias personales de sus conocidos, que antes le sacaban de quicio, ahora parecen simplemente graciosas. Si fulano está contando por trescientas cuarenta y siete vez la anécdota del obispo de la Tierra del Fuego, se divertirá tomando nota de la cifra y no intentará en vano acallarle con una anécdota propia. Si se le rompe el cordón del zapato justo cuando tiene que correr para tomar el tren de la mañana, pensará, después de soltar los tacos pertinentes, que el incidente en cuestión no tiene demasiada importancia en la historia del cosmos. Si un vecino pesado le interrumpe cuando está a punto de proponerle matrimonio a una chica, pensará que a toda la humanidad le han ocurrido desastres semejantes, exceptuando a Adán, e incluso él tuvo sus problemas. No hay límites a lo que se puede hacer para consolarse de los pequeños contratiempos mediante extrañas analogías y curiosos paralelismos. Yo creo que toda persona civilizada, hombre o mujer, tiene una imagen de sí misma y se molesta cuando ocurre algo que parece estropear esa imagen. El mejor remedio consiste en no tener una sola imagen, sino toda una galería, y seleccionar la más adecuada para el incidente en cuestión. Si algunos de los retratos son un poco ridículos, tanto mejor; no es prudente verse todo el tiempo como un héroe de tragedia clásica. Tampoco recomiendo que uno se vea siempre a sí mismo como un payaso de comedia, porque los que hacen esto resultan aún más irritantes; se necesita un poco de tacto para elegir un papel adecuado a la situación. Por supuesto, si uno es capaz de olvidarse de sí mismo y no representar ningún papel, me parece admirable. Pero si estamos acostumbrados a representar papeles, más vale hacerse un repertorio para así evitar la monotonía. "

Acabemos con una frase de Sócrates:

"Sabio, es quien sabe vivir y no quien sabe cosas o quien tiene muchos conocimientos. Sabio es quien sabe controlarse, [...] conoce tus debilidades, para aprender a dominarlas y a ser sabio de esa manera."

miércoles, 3 de octubre de 2012

Ejercicio físico o deporte

Ya hemos dicho anteriormente (en otras pinceladas) que para mantener sana la mente es necesario mantener sano el cuerpo, y para esto hay que mantener unos hábitos saludables: cuidar la comida, no abusar de las drogas (alcohol, tabaco...) y realizar ejercicio. Sobre las drogas trataremos más adelante, hoy toca hablar del ejercicio.

La mayoría de nosotros vivimos una vida sedentaria en un cuerpo "diseñado" para la acción, para la lucha y la huída, y es que, fisiológicamente, no nos diferenciamos en nada de los antiguos cromagnones. Si no nos ejercitamos, nuestros músculos y huesos (sí, también los huesos) se debilitan (llega la osteoporosis, etc). De todos modos, mucho antes de ese debilitamiento llegan las sensaciones de pesadez y anquilosamiento, sensaciones que no teníamos de niños, cuando lo que hacíamos era correr de acá para allá. La mayoría achacará esas sensaciones a la edad, pero ya lo decía el anuncio: "no pesan los años, pesan los kilos"; "y la inactividad", añadiríamos nosotros. Esas sensaciones provocan cierto malestar, mal humor, a veces imperceptible, pero que actúa como base para que nuevos contratiempos aumenten ese malhumor. Sin embargo, sentirnos ágiles y en forma mejorará nuestro humor. Y ¿no es mejor enfrentarse a la vida con buen humor?

No obstante, la vida sedentaria suele ser estresante, pues siempre vamos con prisas a todos los sitios (aunque sin correr físicamente), la gente (el jefe, el conductor de delante...) nos saca de quicio, etc. El estrés consiste en una respuesta fisiológica frente a una agresión (real o imaginada) que nos prepara para la acción (se segregan hormonas, adrenalina, fundamentalmente, que envían información a todo el cuerpo para que la sangre abandone ciertos órganos e irrigar los músculos, para captar más oxígeno, para agudizar los sentidos....); pero esa acción de respuesta no termina de producirse porque somos personas civilizadas (no conviene saltar al cuello del jefe). A lo largo del día, o de los días, se van acumulando pequeñas cantidades de estas hormonas que terminan por "volvernos locos" y saltamos ante el primero que nos tose o nos sale una úlcera, o aparecen contracturas musculares (de la tensión). De aquí que el ejercicio sea bueno para descargar la tensión. Aunque lo ideal sería no generarla, para lo cual existen métodos de relajación. Los ejercicios recomendados para estos casos son los aeróbicos. Y dado que a nosotros nos interesa pensar sobre la marcha los deportes más recomendados son aquellos aeróbicos que no exijan demasiada complejidad, por ejemplo, correr, montar en bicicleta, hacer senderismo, etc.

Además el ejercicio hace que nuestro cuerpo genere endorfinas, que son otro grupo de hormonas que producen un bienestar físico. Es por eso por lo que a veces nos sentimos tan enganchados a hacer ejercicio, el cual vendría a ser como una droga; los psicólogos modernos lo llaman vigorexia; por eso recomendamos que el ejercicio que se realice sea moderado, ya que el problema de sufrir vigorexia y, por lo tanto, anteponer la realización del ejercicio a cualquier otra actividad necesaria o preocuparnos si un día no hemos podido entrenar, es que no lograremos aquello que perseguimos, que es sentirnos bien.

Por otro lado, y como ya hemos dicho anteriormente, la práctica asidua de un ejercicio o deporte  requiere del ejercicio de nuestra voluntad, pues no siempre estaremos suficientemente motivados. Es este ejercicio de la voluntad y, consecuentemente, su fortalecimiento, uno de los mayores beneficios que nos proporciona el deporte, pues de nuestra voluntad dependerá todo aquello que queramos conseguir y que necesite de un trabajo persistente como realizar unos estudios, montar una empresa, cuidar a los hijos...


"Cuando yo era niño, conocí a un hombre que reventaba de felicidad y cuyo trabajo consistía en cavar pozos. Era extraordinariamente alto y tenía una musculatura increíble; [...] Su felicidad no dependía de fuentes intelectuales; no se basaba en la fe en la ley natural ni en la perfectibilidad de la especie, ni en la propiedad común de los medios de producción, ni en el triunfo definitivo de los adventistas del Séptimo Día, ni en ninguno de los otros credos que los intelectuales consideran necesarios para disfrutar de la vida. Se basaba en el vigor físico, en tener trabajo suficiente y en superar obstáculos no insuperables en forma de roca."
(Bertrand Russell, La conquista de la felicidad).