domingo, 29 de septiembre de 2013

Caballerosidad, II

Un caballero come sin llenar su vientre; escoge una morada sin exigir comodidad; es diligente en su trabajo y prudente en su hablar; busca la compañía de los virtuosos para corregir su propio proceder. De un hombre así puede decirse en verdad que tiene el deseo de aprender.

(Confucio, Analectas, 1.14).

Confucio (China, s. VI a C)

jueves, 26 de septiembre de 2013

Caballerosidad

1.1. El Maestro dijo: "¿No es una alegría aprender algo y luego ponerlo en práctica a su debido tiempo? ¿No es un placer tener amigos que vienen de lejos? ¿No es rasgo de un caballero no incomodarse cuando se ignoran sus méritos?"

1.8. El Maestro dijo: "Un caballero que carece de gravedad no tiene autoridad y lo que ha aprendido es superficial. Un caballero valora sobre todo la lealtad y la fidelidad; no se hace amigo de los que son moralmente inferiores a él. Cuando comete una falta no tiene reparos en corregirla."

Confucio, Analectas.

Confucio (China, s. VI a C)

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El silencio

Confucio desconfiaba de la elocuencia; despreciaba a las personas muy habladoras y odiaba los juegos de palabras ingeniosos. Para él, parecía que la lengua afilada debía reflejar una mente superficial;  a medida que la reflexión se hace más profunda, se desarrolla el silencio. Confucio advirtió que su discípulo favorito solía decir tan poco que a veces los demás se habrían preguntado si no era necio.

Pierre Ryckmans
"Introducción" a las Analectas de Confucio.
Ed. Edaf.

Confucio (China, s. VI a C)

domingo, 22 de septiembre de 2013

Principio de incertidumbre de Montaigne

[...] puesto que las precauciones que pueden tomarse están llenas de inquietud e incertidumbre, vale más, con noble seguridad, prepararse para todo cuanto pueda acontecer, y obtener algún consuelo de no estar seguro de que ocurra.
Michel de Montaigne,
Ensayos, libro I, cap. XXIV: 
"Distintos resultados de una misma decisión".

jueves, 5 de septiembre de 2013

Libertad


¡Oh, libertad gran tesoro! porque no hay buena prisión, aunque fuese en grillos de oro”, clama Don Juan, personaje de La niña de plata, obra de Lope de Vega.

Dejemos por el momento a Don Juan y a Dorotea y comencemos distinguiendo dos conceptos ya clásicos de libertad popularizados por Isaiah Berlin en su famosa conferencia de la cátedra Chichele: la libertad negativa y la libertad positiva (se puede descargar la conferencia aquí).

Libertad negativa o “libertad de” es la que poseemos cuando nadie nos presenta trabas a nuestra acción. “Libertad de culto”, “libertad de cátedra”, “libertad de expresión”, “liberación de la mujer”, etc., tienen este sentido: nadie nos prohíbe la profesión de una determinada religión, o del modo de enseñar de un profesor o la expresión de nuestras opiniones (con algunas salvedades, como los insultos o injurias). La libertad negativa es la ausencia de impedimento por parte de otros hombres, pero no por parte de la naturaleza: no tiene sentido decir que no somos libres de volar como los pájaros, pues nuestra libertad depende de lo que podamos hacer sin impedimentos a partir de nuestra condición; si no tenemos alas no podemos volar. 

La libertad positiva o “libertad para” es la capacidad que tenemos “para” proponernos fines y realizarlos. Como ya se podrá imaginar ambos conceptos están íntimamente ligados (aunque no sean lo mismo): la libertad negativa sólo puede existir si existe la positiva; sólo nos daremos cuenta de que tenemos grilletes (ausencia de libertad negativa) si queremos e intentamos movernos (libertad positiva). Libertad positiva es un sinónimo de “voluntad libre” o “libre albedrío” (término sobre el cual ya hemos hablado en la pincelada sobre la voluntad), sin embargo y pese a las advertencias de los filósofos, tiende a confundirse con la voluntad individual o personal, sin distinguir si ésta es racional, autónoma. Es decir, se suele entender por libertad positiva aquella voluntad que se experimenta como propia, sin coacción externa, al margen de su racionalidad. 

Fue Kant el que mejor sistematizó la diferencia entre la voluntad racional y la que no lo es a través de los términos “voluntad autónoma” (racional) y “voluntad heterónoma” (la que procede de los apetitos, deseos, inclinaciones, o de otros individuos y normas sociales). Pero esta distinción queda borrada con el vitalismo e irracionalismo de Nietzsche y su “voluntad de poder”. Las reivindicaciones sociales de los 60, especialmente en el movimiento Hippie y en Mayo del 68, con su exaltación del deseo, lo que hicieron fue reclamar la libertad negativa que surgía de ese modo de entender la voluntad y la  libertad positiva, así que al final (siglo XXI) hemos llegado a un concepto de libertad similar al de “hacer lo que a uno le dé la gana”, lo que hasta hace poco se denominaba, en castellano, “libertinaje”. 

Ahora bien, ¿no existe un término medio entre la liberación completa del deseo, propugnada por los ascetas de todas las culturas antes que por Kant (aunque decir esto de Kant es decir demasiado) y el libertinaje nietzscheano? Pues parece que no, parece que se trata de un todo o nada, lo cual tampoco es preocupante si ese término medio lo situamos en el ámbito de la libertad negativa, es decir, en el “qué nos dejan hacer y qué no”. Desde este punto de vista John Stuart Mill en su ensayo “Sobre la Libertad” ya había previsto como poner coto a dicho libertinaje: desde su concepción utilitarista de la moral, la libertad positiva podría ser todo lo heterónoma o irracional que se quisiera mientras que su puesta en práctica no causara daño a ningún otro individuo; es aquel famoso “mi libertad termina donde empieza la de los demás”. 

Y aquí surge un problema: ¿qué se entiende por daño? Es evidente (al margen de relativismos absurdos) que la violación de una mujer es un daño para ella; también lo son el asesinato o los ataques físicos, pero si entramos en el terreno de la moral y las emociones, la distinción es más complicada:
  • Si dos personas homosexuales caminan juntas de la mano haciendo “ostentación” de su condición sexual, ¿pueden producir un daño moral a los ancianos? ¿Y a los niños? ¿Y si en vez de ser homosexuales son drogadictos?
  • Y si nos vamos de casa con la oposición de nuestra madre. ¿Podemos causarle un “daño emocional” que acabe en depresión?
  • Y si abandonamos a nuestra pareja por otra persona. ¿No le causaremos un daño emocional?

Todos estos, y muchos más, son ejemplos de ejercicio de la libertad que tienen repercusiones “dolorosas” sobre los otros. Pero, ¿existe algo así como un “daño moral”? ¿No estaremos mezclando cosas? ¿No sería, quizá, el daño moral a los niños sino un mal ejemplo? ¿No sería el daño moral a los ancianos sino mera indignación? ¿Acaso no existe diferencia entre dolor e indignación? Ahora bien, pongámonos en el ejemplo del abandono (de nuestra madre,  de nuestra pareja): ¿se trata de dolor o de indignación? Y si hay de ambos, ¿donde termina el dolor y empieza la indignación?

Todos estos son casos concretos en los que habría que estudiar los caracteres de las personas, los antecedentes de las relaciones, etc. Sobre todo los antecedentes, pues hemos estado obviando en el análisis la consideración del tiempo: el pasado. Cuando alguien siente como grilletes de hierro el peso de una relación y, desde diversas fuentes, se le anima a volar, no se está tomando en consideración a la otra parte, a la pareja. Por los motivos que fueran el oro se transformó en hierro. Pero mientras que los grillos fueron de oro no se sintió su peso. Y esos grillos tienen un nombre: compromiso. El compromiso es fruto de una decisión adoptada en el pasado. En La niña de plata Don Juan clama al cielo porque se ha dado cuenta de que estaba encadenado a Dorotea; sin embargo, sólo se da cuenta del peso de los grilletes cuando cree que ésta ama a don Enrique. Don Juan reivindica una libertad, la libertad de los deseos, frente a una supuesta cárcel que no era sino su propia libertad al haber asumido un compromiso. Don Juan cree roto el compromiso por parte de Dorotea y cede ante unos deseos que siempre han estado ahí.

Sin embargo el compromiso no es meramente el que surge en una pareja, los hay en todo tipo de relación personal, incluso tácitos. Si se rompe un compromiso por ambas partes no hay problema, pero si se realiza unilateralmente se causa un daño a la otra parte. Asumir un compromiso es un ejercicio de libertad, mas ¿en nombre de qué otra libertad tenemos el derecho de romperlo? Si la voluntad es autónoma el compromiso se mantiene, pues se trata de una norma que nos hemos dado a nosotros mismos, pero si la voluntad es heterónoma y se ve afectada por, digamos, los deseos sexuales hacia otras personas, el compromiso se sentirá como una cadena. ¿Cómo somos más libres? ¿Manteniendo el compromiso o rompiéndolo en busca de nuevas aventuras? Si somos kantianos diremos que manteniéndolo, si somos vitalistas o biologicistas diremos que haciendo caso a nuestras bajas pasiones, pues son imperativos animales.

Desde la idea de libertad positiva un kantiano busca liberarse de las pasiones, instintos y deseos; un biologicista, vitalista o  freudiano buscará liberarse de las normas sociales y prejuicios que constriñen al deseo. Ahora bien, ¿quién tiene más probabilidades de éxito habida cuenta de los impedimentos? ¿El que se rige por la pura racionalidad o el que está a merced de los deseos?

El problema de regirse por las pasiones es que son causa de infelicidad, ya que o bien no se consigue su objeto por impedimentos externos, o bien, una vez conseguido deja de ser deseado y se busca un nuevo objeto, es decir, siempre estamos en la búsqueda de satisfacción, siempre estamos insatisfechos. Por eso muchas enseñanzas orientales (budismo, zen…) y algunas occidentales (estoicismo) tratan de la liberación de las cadenas del deseo.

Pero regirse por la mera razón tampoco es fácil, pues no sólo existen impedimentos externos (instituciones, normas y personas que se comportan irracionalmente), sino también internos (según los más recientes estudios en neuro-psicología es sencillamente imposible comportarse de modo puramente racional, pues todo tiene un componente emocional).

¿Qué nos queda entonces?

Decíamos en la pincelada sobre la voluntad antes mencionada que la libertad es indisociable de la responsabilidad, lo cual suele entenderse como que uno es responsable porque es libre. Pero, ¿y si fuera al contrario? ¿Y si nos considerásemos libres porque somos responsables? Suele también considerarse la responsabilidad como la asunción de las consecuencias de nuestros actos porque conocemos dichas consecuencias: según la RAE, la responsabilidad es, en su cuarta acepción, la “capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”. Re-conocer es volver a conocer, es decir, saber de antemano lo que ocurrirá o puede ocurrir con la realización del hecho. Se supone que todo sujeto activo de derecho posee esta capacidad, por eso (también se supone) los niños, disminuidos psíquicos, etc. no son sujetos activos de derecho; lo cual es mucho suponer en ambos casos.

Lo que ocurre es que se está cometiendo la falacia lógica de la afirmación del consecuente: por definición, si conocemos las implicaciones de nuestros actos somos responsables; somos responsables (pues así lo consideran las leyes y la sociedad) luego conocemos las consecuencias, luego somos libres (he aquí la falacia, porque conocer las consecuencias es algo que habría que demostrar en la realidad, por muy difícil que sea, y no en el discurso). En realidad poco importa que seamos libres o no, que conozcamos las consecuencias o no; lo que importa socialmente es asumir las consecuencias: en un ataque de ira hemos herido a otra persona; no éramos libres, “estábamos poseídos”, pero hemos de pagar por ello, porque somos responsables, sobre todo responsables de aplacar nuestra ira, igual que responsables de coger un vehículo motorizado por muy borracho que se esté (y si cuando estamos borrachos o drogados no sabemos lo que hacemos somos responsables de habernos emborrachado).

La cuestión entonces es que quizá la libertad positiva no exista como tal, quizá sólo sea una idea práctica, necesaria para poder llevar a cabo procesos judiciales y, antes de ello, salvaguardar la idea de pecado en la Edad Media, pues sólo puede pecar aquel que sea consciente de que está yendo contra la voluntad de Dios y, por lo tanto, a sabiendas de las consecuencias que ello tiene. Lo importante, entonces, no es que exista libertad o deje de existir, sino que exista responsabilidad, una responsabilidad asumida o no por el individuo, pero asignada a él por la sociedad. Uno es moral y jurídicamente responsable de sus actos, conozca o no las consecuencias de los mismos, pues en función de su condición se le presupondrá dicho conocimiento.

Esto significa que antes de actuar hemos de pensar en las consecuencias de nuestros actos para ver si merece la pena o no realizarlos, para calibrar la bondad de los mismos, etc. Una vez hecho esto podemos decidir y tal decisión podrá ser denominada "libre". ¿Significa esto que un acto realizado sin pensar es menos libre? Puede que no, pues puede ser considerado como una consecuencia de la decisión de no pensar en las implicaciones de tal acto. 

Esto a su vez tiene otra consecuencia lógica: que se puede ser perfectamente libre cediendo a los deseos (siempre y cuando pensásemos en las consecuencias antes de ceder), lo cual entraría en contradicción con lo dicho en la pincelada sobre la voluntad, en la cual decíamos que se es más libre cuanto más tiempo se matenga una línea de acción contra viento y marea, lo cual también habría de ser matizado, porque podemos confundirlo con la obstinación. Mantener una línea de acción es llevar a cabo una serie de actos a lo largo del tiempo. Pero en ese tiempo las circunstancias han podido cambiar y las consecuencias de tales actos resultar perjudiciales; así pues también deberíamos reflexionar antes de actuar dentro de una determinada línea. Aún así la cuestión sigue pendiente: ¿es menos libre el que rompe un compromiso conociendo las consecuencias e implicaciones éticas de la ruptura y asumiendo su responsabilidad que el que lo mantiene, también conociendo sus consecuencias e implicaciones? 

Desde luego, a tenor de lo dicho parece que no, parece que ambos son igual de libres. Otra cuestión es que uno tenga más fuerza de voluntad que otro para mantener su palabra o que sea mejor persona por mantenerla, más responsable (en el uso coloquial que se le da a esta palabra), etc. El dilema, al final se resuelve tomando en consideración otras ideas prácticas (la moral, la fuerza de voluntad, la responsabilidad...) y no exclusivamente la idea de libertad, idea que consta de múltiples sentidos, connotaciones, conceptos, etc.

Para la cuestión que nos traíamos entre manos, entonces, la pregunta no sólo sería ¿cómo soy más libre?, sino además ¿cómo soy mejor persona? ¿Cómo soy más fuerte? ¿Cómo soy más responsable? 

Shaw constriñendo la libertad de un gato

La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto (George Bernard Shaw, escritor irlandés).