martes, 26 de noviembre de 2013

Más despacio (gestión del tiempo II)

Cuando varias ciudades estadounidenses introdujeron cámaras para fotografiar a los conductores que se saltaban los semáforos en rojo, resultó que el mayor grupo de infractores no estaba formado por chicos con coches deportivos trucados, sino por madres dedicadas a llevar a los niños de una actividad a otra (Carl Honoré, Bajo presión).

Muchas de las personas que padecen estrés lo achacan a la rapidez con que han de desenvolverse en su mundo laboral, familiar o ambos. Sin llegar a que dicha rapidez genere un trastorno, buena parte del mundo occidental está agobiado por las prisas: hay que hacer todo deprisa (con lo cual se suele hacer mal) pero, sobre todo, hay que ir deprisa de un sitio a otro.

¿A qué vienen tantas prisas?

Frente a este ajetreo del mundo contemporáneo han ido surgiendo diversas iniciativas en múltiples ámbitos (restauración, urbanismo, sexualidad, educación) que claman por un ritmo más pausado. Dichas iniciativas podrían englobarse dentro de lo que se denomina Movimiento Slow, un movimiento difuso que ha sido popularizado por el periodista canadiense Carl Honoré en su libro Elogio de la lentitud. En dicho libro se critica sobre todo el culto occidental a la velocidad.

Unos años después Honoré publicó Bajo presión, un libro dedicado a criticar la presión a la que sometemos a nuestros hijos. Parte de esta presión consiste no en que sean los mejores en algo, sino en que hagan muchas cosas, en que estén permanentemente ocupados, es decir, en que sean unos pequeños adultos con jornadas laborales mayores que las de sus padres. Tanto los hijos como los padres están permanentemente ocupados, atareados en múltiples actividades.

La cita con la que hemos comenzado esta pincelada es clarividente: nos hace ver la relación entre la velocidad con que hacemos las cosas y la cantidad de cosas que hacemos (o pretendemos hacer). La sensación de estar permanentemente corriendo se debe a la cantidad de cosas que queremos hacer, no necesariamente a que nos atraiga el vértigo de la velocidad; es decir, corremos a pesar nuestro.

Por lo tanto, si no queremos ir siempre a la carrera quizá debamos plantearnos la necesidad de reducir el número de actividades o tareas a realizar. Aunque para esto es necesario establecer una serie de criterios por los que valorar cuáles son las actividades más importantes y/o más urgentes (teniendo en cuenta que ambos conceptos no son idénticos: "no siempre lo urgente es lo importante").

Y un elemento indispensable para reducir el ritmo, basándonos en la reducción del número de actividades, es una agenda. Sin embargo, normalmente se usa una agenda cuando empieza a crecer el número de tareas y necesitamos no solaparlas; el problema es que los tiempos van tan ajustados que al final se solapan. Nuestra idea de uso de agenda es poner una sola actividad por la mañana y otra por la tarde. Está claro que todo depende del tipo y de la duración de las actividades, pero es que somos muy dados a tener una entrevista de trabajo, ir de compras, quedar con fulanito a comer, etc.

Somos también conscientes de que este sistema puede llevar a una especie de procrastinación (postergación, posposición) de baja intensidad, es decir, de ciertas actividades que por no urgentes o no importantes nunca son realizadas. Y el problema no es cuando se trata de una o dos tareas, sino cuando ese número crece. Bueno, habrá que ir dándoles salida también; lo importante es no agobiarse y hacer las cosas bien.

En el ámbito laboral lo dicho anteriormente es más difícil, pues muchas de las tareas no las asumimos nosotros libremente, sino que nos vienen impuestas. No obstante, hay muchas otras que sí son asumidas, y muchas veces por no saber decir NO a tiempo. Esto es algo que debemos aprender, pues de ello depende que vayamos con prisas o sin ellas.

Se objetará que muchos de los puestos laborales son estresantes en sí mismos por la cantidad de tareas a realizar o coordinar y el poco tiempo que hay para realizarlas y que, además, precisamente por ello dichos puestos están bien remunerados. La respuesta a la objeción podría lanzarse en forma de pregunta: ¿es necesaria dicha remuneración? ¿Compensa la merma de la salud? Se nos podría decir que sí, debido a que hay que mantener un estatus, un nivel de vida, etc. De nuevo se podría preguntar si ese estatus, ese nivel de vida es necesario; ¿no se puede vivir con menos lujos y más tranquilidad? Las respuestas a estas preguntas dependen ya de cada uno.

Pero como dijo Heráclito: "haz pocas cosas si quieres conservar el buen humor"

jueves, 7 de noviembre de 2013

El sumo bien

El sumo bien es un alma que desprecia las cosas azarosas y se complace en la virtud, [...] una fuerza de ánimo invencible, con experiencia de las cosas, serena en la acción, llena de humanidad y solicitud por los que nos rodean.

(Séneca, Sobre la felicidad).

Séneca