viernes, 30 de noviembre de 2012

Blanco y negro vs. grises y colores

"Veo todo en blanco y negro [...] las mismas caras, los mismos gestos..." (Barricada, En blanco y negro).

El grupo de rock Barricada comienza esta canción con una de las actitudes más negativas y perversas que podemos adoptar en nuestra vida diaria: el maniqueísmo moral (las personas son o buenas o malas) o el dualismo en general (las cosas y personas son o bellas o feas, los discursos y frases son verdaderos o falsos, estás conmigo o contra mí, etc...)

El dualismo consiste en considerar que las cosas sólo pueden tener dos estados (correspondientes a los principios supremos que rigen el universo; pero de momento esto no nos interesa porque nos adentraríamos en el plano de la metafísica y dejaríamos el de la filosofía práctica). Esta consideración no toma en cuenta, al menos, un par de aspectos bastante obvios:
1.- que la mayoría de las cosas pueden tener varios estados (más o menos objetivos), estados que pueden situarse en una escala de valoración (ésta, sí, subjetiva), y
2.- que dichos estados no suelen darse al mismo tiempo, sino uno tras otro, es decir: las cosas y las personas cambian, se transforman.

De este modo podemos decir que del blanco al negro hay una infinita gama de grises, igual que de lo bello a lo feo o de lo bueno a lo malo: entre dos acciones moralmente evaluables siempre es posible establecer cuál de ellas es mejor que la otra; esto no significa que una sea buena y otra mala, pueden ser las dos malas (golpear a una persona o matarla), pero una es peor que la otra. Lo mismo ocurre con las personas, con la salvedad, además, de que éstas pueden cambiar y redimirse si se portaron mal, o empeorar si hasta entonces se portaron bien.

Como antes hemos dicho todo cambia, se transforma; tanto las cosas como las personas, pero especialmente estas últimas, porque las personas (sobre todo en el plano moral) NO SON; las personas SE COMPORTAN. Uno puede ser alto o bajo (aunque también esto sea relativo respecto a la media), pero no es bueno o malo, sino que se porta bien o mal o regular en distintos momentos a lo largo de su vida. En sentido laxo se dice que alguien es bueno o malo si el conjunto de sus comportamientos es bueno o malo, pero no se dice eso en función de una supuesta esencia. Como diría Sartre, en el hombre la existencia precede a la esencia, somos lo que hacemos, no viceversa.

Es más, las personas suelen cambiar de actitud según el contexto en el que se encuentren: así podemos portarnos mal con nuestros padres pero ser sumisos en el trabajo, entusiasmarnos con una tarea pero aburrirnos con otra, querer a nuestros hijos pero odiar al del vecino... Las personas no estamos hechas de una pieza, sino de un conjunto de ellas en el que, a veces, no encajan bien unas con otras.

Uno de los aspectos más importantes que caracterizan a la filosofía es el intento de analizar las cosas desde el máximo número de puntos de vista posibles (por ello se le considera un saber totalizador, que no total, pues para ser total habría de ser, además, definitivo, cosa que no puede ser, ya que el mundo está en constante devenir, en constante creación y destrucción; no el mundo entero, sino pequeñas partes de él). Tratar con las personas requiere observarlas desde el mayor número de aspectos posibles. Si así lo hacemos ya no nos parecerán blancas o negras, ni siquiera presentarán una gama de grises, sino que aparentarán ser auténticos caleidoscopios con múltiples colores que cambian constantemente ofreciéndonos un bello espectáculo (aunque haya momentos verdaderamente oscuros). Y por supuesto, entre esas personas estamos nosotros mismos.

"Las mismas caras, los mismos gestos" es una expresión nacida del desconocimiento y de la pereza por conocer. Ni siquiera necesitamos entablar conversación con una persona que vemos todos los días en el metro para captar los diferentes matices que presenta su rostro de un día a otro; basta observar, aunque para ello nosotros debamos estar despiertos. Y si una persona presenta estas diferencias, ¿acaso no las presentarán diferentes personas entre sí?

Incluso un acto aislado, una situación propia o ajena, que solemos valorar positiva o negativamente (blanco o negro), analizada desde distintos puntos de vista puede ofrecernos diferentes matices a tener en cuenta: unos positivos, otros negativos y otros neutros. Esto es importante a la hora, por ejemplo, de tomar decisiones ante situaciones complejas: debemos intentar analizar a fondo la situación, las posibles consecuencias de nuestras acciones, y escoger la opción que más aspectos positivos presente.

No creo que las cosas sean, como dice la cultura popular, "del color del cristal con el que se miran", pues esta metáfora ocular nos parece también un poco fruto de la pereza: simplemente habría que cambiar las gafas. No. Las cosas presentan distintos colores en función de la perspectiva desde la que las observemos, para lo cual hemos de rodearlas, es decir, hacer un poco más de esfuerzo. El mundo es complejo y tratar con la complejidad requiere un cierto trabajo. Qué le vamos a hacer.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Felicidad

"La felicidad no existe en la vida. Sólo existen momentos felices" (Jacinto Benavente).

Nos planteábamos en la presentación de este blog dar una serie de pinceladas para, entre otras cosas, lograr ser un poco más felices; un plantamiento quizá demasiado pretencioso. O no, porque puede que alcanzar la felicidad dependa de lo que por ella entendamos.

Desde muy antiguo, desde los primeros filósofos, el tema de la felicidad ha sido una de las principales preocupaciones intelectuales: ¿Qué es la felicidad? ¿Qué se necesita para ser feliz? Aunque bien es cierto que resultan un tanto corporativistas en la medida en que consideran que sólo el sabio puede ser feliz: Tales de Mileto decía que sabio es «quien tiene un cuerpo sano, fortuna y un alma bien educada», y en esta línea también se sitúa Aristóteles, según el cual las personas felices deben poseer las tres especies de bienes, especies que se pueden distinguir según sean bienes externos, del cuerpo y del alma, aunque tanto Aristóteles como otros muchos se apresuran a matizar la función de los bienes externos (materiales) en la consecución de la felicidad: estos bienes han de servir como medios para conseguir los otros bienes, los del cuerpo y los del alma, nunca como fines, pues entonces caeríamos en la esclavitud materialista.

Otros filósofos, como Aristipo y Epicuro, vincularon la felicidad a los placeres, placeres que no se entendían como se entienden hoy día (fogosidad y desmesura), sino algo más moderado y entre los que se incluyen los placeres intelectuales (buenas lecturas, buenas conversaciones, etc).

Kant
Sin embargo, en el siglo XVIII vino Kant a estropear la fiesta declarando que la felicidad, si bien constituye una idea práctica por la que guiarse en este mundo, es inalcanzable en la realidad, pues las inclinaciones, necesidades y deseos del hombre no se detienen en la satisfacción, cosa que, por otro lado, ya sabían desde antiguo los místicos y los filósofos orientales, cuyos esfuerzos se dirigían hacia la contemplación espiritual intentando eliminar las cadenas del deseo.

Sin necesidad de llegar a tanto y considerando los placeres en un nivel adecuado de moderación creemos por nuestra parte (siguiendo a Kant) que la felicidad no es un estado definitivo y total al que se pueda acceder, sino que más bien se trataría de un proceso, una serie de momentos felices (como dice Benavente) probablemente interrumpida por momentos neutros y momentos desdichados. Como mucho podría decirse que alguien ha tenido una vida feliz si los momentos felices superan a los desdichados y son una buena proporción respecto de los momentos neutros.

Ahora bien, supuestamente entendido a grandes rasgos lo que es la felicidad, quedaría por ver cuáles son aquellos bienes o placeres del cuerpo y del alma que nos proporcionarían esos momentos felices. A nuestro juicio creemos que es Bertrand Russell, en La conquista de la felicidad, el que mejor y más sencillamente ha establecido el sistema de placeres que proporcionan momentos felices:
  • La familia y los amigos: las relaciones sociales afectivas, dar y recibir cariño, como ya dijimos en la pincelada anterior, son de las actividades que más felicidad nos proporcionan.
  • El trabajo: proporciona la satisfacción o el placer de ejercer una habilidad e incluso de levantar una construcción, un objeto exterior que será utilizado por otros.
  • Las aficiones o intereses no personales: cuanto mayor sea el número de asuntos por los que nos interesemos, mejor, pues de este modo evitaremos tanto el tedio como la insatisfacción que sobreviene tras habernos quedado saciados en alguna de las facetas (el "y ahora, qué"). Cuantas más cosas nos gusten, más disfrutaremos.
  • Sin embargo no basta con enfrentarse a estos objetos, personas o actividades de cualquier modo; para proporcionarnos felicidad hemos de enfrentarnos a ellas con una cierta actitud: con entusiasmo.
  • Otra actitud necesaria para enfrentarse a la vida es el justo medio entre esfuerzo y resignación: esfuerzo para lograr aquello que queremos (ya sea la admiración de los otros, el cariño de alguien, la habilidad necesaria para un trabajo o el conocimiento propio de una determinada afición) y la resignación necesaria para soportar nuestros fracasos a pesar del esfuerzo invertido; resignación también para afrontar los reveses de la vida y esfuerzo para salir a flote de ellos.
Cierto es que muchos trabajos no resultan gratificantes en sí mismos o en sus condiciones y que a veces la familia es una fuente de discusiones y disgustos: resignación para soportarlo mientras nos esforzamos por cambiarlo.

La obra mencionada de Russell está dividida en dos partes, una orientada a la consecución de la felicidad y otra a la eliminación de la infelicidad, la cual procede sobre todo del egocentrismo del hombre, centrado en sí mismo y en sus pasiones. No en vano suele considerarse a los místicos (caracterizados por la superación de su ego y el olvido de sí mismos) entre las personas más felices del mundo. El interés por los otros y por las cosas tiene la virtud, precisamente, de sacarnos de nosotros mismos, al menos durante un rato.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Relaciones sociales

"La felicidad sólo es real cuando se comparte" (Christopher McCandless, protagonista en la vida real de "Hacia rutas salvajes").

El propósito de este blog, como ya indicamos, era dar una serie de pinceladas básicas sobre cómo intentar ser un poco más felices. Hemos hablado de cómo cultivar el autocontrol, la paciencia, de los beneficios psicológicos del deporte;  alguna referencia hemos hecho de pasada a la autorrealización de uno mismo, etc. Todos estos aspectos son importantes para alcanzar la felicidad o, como trataremos más adelante, lograr pequeños atisbos de la misma, sin embargo, si hay un aspecto imprescindible para ello es el de mantener un núcleo mínimo de relaciones sociales satisfactorias, relaciones con personas con las cuales compartir los mejores momentos (que quizá sean los mejores precisamente por estar con esas personas) y los peores.

Uno no puede ser tan autosuficiente como para prescindir de los demás, pues su contacto nos proporciona calor, seguridad, y para darse cuenta de esto no hace falta marcharse a Alaska como el autor de la cita; ya nos decía Nietzsche que para vivir en soledad hacía falta ser un animal o un dios. Se puede vivir perfectamente en soledad dentro de la ciudad; no nos moriremos de hambre, ni de una intoxicación, como Christopher McCandless, pero podremos ser muy infelices si no mantenemos un pequeño núcleo de amistades o familiares que nos den esa seguridad. La seguridad que nos proporcionan los otros nos brinda una posible segunda parte de la cita inicial: "... Y la infelicidad es menor cuando también se comparte". Estamos hablando pues, no sólo de seguridad física, que también, sino de seguridad emocional. En el libro La inteligencia emocional, su autor, Daniel Goleman, también habla de la necesidad de relacionarse con otros: "contar con personas en quienes confiar y con las que poder hablar, personas que puedan ofrecernos consuelo, ayuda y consejo, nos protege del impacto letal de los traumas y los contratiempos de la vida".

Se nos dirá por ahí que este tipo de relaciones sociales suponen auténticos compromisos, y quien diga esto llevará razón, aunque lo diga criticándonos. Estas relaciones suelen ser, o deberían ser, recíprocas: si alguien nos proporciona cariño, amor, consuelo, nosotros estamos obligados a devolvérselo; la mayoría de las veces esta "devolución" la haremos de buen grado, pero aunque así no fuera, nuestro deber es proporcionarlo, pues tácitamente hemos aceptado el compromiso al recibirlo previamente. En la película "Hacia rutas salvajes" se da una constante lucha entre la libertad y la seguridad (esa seguridad que ofrece la familia y los amigos). Parecería como si ambos conceptos fuesen complementarios y contrapuestos, de modo que cuanta más libertad, menos seguridad y viceversa. Los compromisos suponen ataduras, por supuesto; coartan nuestra libertad (para hacer lo que nos dé la gana en un momento determinado, es decir, cuando la otra persona nos necesita). Pero tampoco es menos cierto que somos perfectamente libres, en nuestra sociedad actual, para mantener esos compromisos o para romperlos. Sin embargo somos más libres cuanto más tiempo mantenemos en nuestra vida una línea de acción "contra viento y marea" (es decir, contra caprichos pasajeros, por ejemplo). Pero el tema de la libertad también habremos de dejarlo para otro momento.

Por lo pronto dejemos clara la idea de hoy: cultivemos las relaciones con nuestros familiares y amigos, pero no sólo porque sean ellos el único asidero al que poder agarrarnos en caso de zozobra, sino porque experimentar las cosas de modo compartido es mucho más gratificante. Podemos subir solos a un monte, nosotros que tanto nos gusta andar, y nos sentiremos muy bien, felices incluso; pero si vamos con un amigo el bienestar y la felicidad se potencian, pues fluye la comunicación, se comentan las cosas, se recuerdan anécdotas...

Ya lo dijo Dios: "no es bueno que el hombre esté solo" (luego cada cual que lo interprete a su modo).